FRANCISCO RUIZ: Espectáculo Electoral
Martes 19 de diciembre de 2023. Mi primer encuentro
con la política derivó de aquel fatídico atentado en Lomas Taurinas.
Para las nuevas generaciones, que no están familiarizadas con tal
suceso, les comparto brevemente que el 23 de marzo de 1994 asesinaron al
candidato con más probabilidades de convertirse en presidente de México:
Luis Donaldo Colosio. Y no es que lo adivinaran o se derivara de un
estudio probabilístico sobre las tendencias democrático-populares del
momento sino por la tradición que se mantenía en nuestro país desde la
elección de 1929 con Pascual Ortiz Rubio, primer candidato del PRI
(entonces PNR) a la Presidencia de la República. La cual se mantuvo
intacta hasta el año 2000.
En esa época yo apenas rebasaba mi primer sexenio…de vida. Una década
más tarde, me inicié o me iniciaron, no sé cuál sea el término más
adecuado, sin embargo, comencé mi práctica política. Los primeros pasos
fueron en discusiones y manifestaciones internas de la Preparatoria
Federal Lázaro Cárdenas. A los meses, gracias a una gran maestra y
entrañable amiga, participé como “comentarista” en el programa
radiofónico “Política y políticos” de don Arturo Geraldo. Nótese que
considero adecuado el uso del entrecomillado, ya que, más que un
análisis, daba voz a la perspectiva de un futuro ciudadano de 16 años.
Han transcurrido 20 años desde aquel momento; casi 30, si contamos el
tiempo desde la muerte de Colosio.
Tal y como la elección en la que Ortiz Rubio resultó ganador bajo
cuestionables métodos; como 1976, José López Portillo se convirtió en
presidente de México sin (prácticamente) tener competencia; como en
1994, Ernesto Zedillo no podía aparecer en un mitin sin colgarse del
nombre de Colosio; como en el 2000, Vicente Fox tuvo que hacer gala de
su perfil populachero; como en el 2006, tuvimos presidente gracias a una
diferencia entre el primer y segundo lugar que apenas superó el 0.5%;
como en 2012, el otrora poderosísimo partido tricolor regresó al poder
con un excelente candidato (Peña Nieto). Y como, luego de 13 años,
finalmente en 2018, Andrés Manuel López Obrador se convirtió en
presidente. Así, cada proceso electoral, en su justa dimensión y con sus
debidas particularidades, ha sido un verdadero espectáculo electoral.
A lo largo de los años a los que me he referido en la parte inicial de
esta entrega, he sido testigo de los vaivenes de los actores y partidos
políticos. Algunos consecuentes, otros intransigentes. Pero, de que dan
espectáculo, dan espectáculo.
Para estar en la misma sintonía, el Diccionario de la lengua española
define a un “espectáculo” como: “(una) Función o diversión pública
celebrada en un teatro, en un circo o en cualquier otro edificio o lugar
en que se congrega la gente para presenciarla”; “(una) Cosa que se
ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer
la atención y mover el ánimo infundiéndole deleite, asombro, dolor u
otros afectos más o menos vivos o nobles”, o “(una) Acción que causa
escándalo o gran extrañeza”.
Si lo analizamos con detenimiento, en los tres conceptos hay algo que
identifica ampliamente a los procesos electorales mexicanos: diversión
pública, congregación de personas, mover el ánimo de la gente, y
escándalo. Éste último es muy común en nuestro país, más de lo que a
muchos se nos antoja.
Sin embargo, como en las nuevas modalidades de los espectáculos de otra
naturaleza, el espectáculo político y electoral nos debe de llevar, de
ser simples observadores pasivos, a tomar de decisiones como ciudadanos
conscientes, proactivos. Sólo así obtendremos el rol protagónico que
merecemos y, sobre todo, urge.
Post scriptum: “La realidad y la ficción son hermanas gemelas”, anónimo.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y
asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).
|