Escrito por Diana Hernández
Gómez
17 junio, 2022
El próximo domingo 19 de junio, en México, se celebrará el Día
del Padre. Y la ausencia paterna es, quizás, uno de los
fenómenos más frecuentes en mi generación. En mi círculo cercano
de amigos y amigas, somos varios los que crecimos tomados
únicamente de la mano de nuestra madre. Esto ha sido hermoso,
pero también terriblemente doloroso.
De acuerdo con el Censo de Población y Vivienda 2020 del
Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en 33 de
cada 100 hogares la única persona al frente de la familia es la
madre. Para 2010, la cifra era de 25 de cada 100, lo cual indica
un aumento del 8 por ciento en el número de paternidades
ausentes en una década.
Ese 33 de 100 se traduce en 11 millones 474 mil 983 hogares a
nivel nacional. No lo sé de cierto para todos y cada uno de los
casos, pero supongo que en muchos de esos hogares hay niños y
niñas con infancias mutiladas que más adelante se convierten en
adultos con dificultades para sentirse plenos, felices y seguros
con ellos mismos y con su entorno. Esto, pese a los esfuerzos
que muchas de sus madres emprenderán para ofrecerles una vida lo
más completa posible.
Pero eso no lo digo solo yo, aunque la mera experiencia me
permite afirmarlo de manera personal. Según una investigación de
la Asociación Latinoamericana para la Formación y la Enseñanza
de la Psicología (Alfepsi), las paternidades ausentes dejan tras
de sí huellas difíciles de borrar conformadas por ira, soledad,
desconfianza, inseguridad, baja autoestima y sensación de
vulnerabilidad y abandono.
Y aunque puede pensarse que estas sensaciones persisten
únicamente durante el periodo de abandono o la infancia
propiamente, la realidad es que lo que los hijos e hijas heredan
de sus padres ausentes son años y años de lidiar con problemas
socioemocionales. Esto, claro, sin considerar las carencias
económicas que pueden presentarse por la falta de uno de los
pilares de la familia.
No es una cuestión solo de dinero
Cuando era niña, mi padre y mi madre compartían un negocio en
común. Él era mecánico: lo recuerdo siempre con la ropa llena de
grasa o debajo de un tráiler arreglando cosas que yo no sabía
que estaban rotas; ella atendía la refaccionaria que surtía
todas las piezas para que papá pudiera arreglar cualquier cosa,
menos las deficiencias de su hogar.
Luego de que se separaron, mi madre se quedó con la
refaccionaria para poder subsistir. Al principio, mi padre nos
visitaba y nos llevaba zapatos, ropa, uniformes… nos daba “para
el gasto” y también pasaba por mi hermano y por mí para
llevarnos a la escuela. Pero poco a poco se fue olvidando de que
tenía un hijo y una hija, sobre todo después de iniciar otra
relación.
De acuerdo con la investigación de la Alfepsi, el divorcio es
una de las principales causas de las paternidades ausentes. Mi
hermano y yo podemos confirmarlo. Y aunque al principio hubo
apoyo económico, después empezamos a experimentar carencias;
tocamos fondo cuando la refaccionaria vendió solo un peso en
todo un día. Luego nos cambiamos de casa, pero la ausencia de mi
padre no dejó de perseguirme.
Al dolor de la mudanza se sumó el dolor de saber que no volvería
a ver a mi papá. Aunque, ahora que lo rememoro, pienso que en
realidad nunca estuvo tan presente en nuestras vidas. Así es: me
tocó ser la típica niña sola en los festivales del Día del
Padre; la típica niña, también, a la que le avergonzaba confesar
que su padre no vivía con ella; la típica niña que, cuando lo
decía, se quedaba triste y confundida ante el rechazo de sus
compañeros y compañeras.
Según la Alfepsi, la presencia de los padres en la vida de sus
hijos e hijas alienta un mejor funcionamiento social de las y
los niños. Sin embargo, si el padre no está, las y los menores
pueden experimentar dificultades para entablar relaciones
cercanas con otras personas y presentar actitudes antisociales,
así como un marcado carácter introvertido.
Desde la experiencia, puedo corroborar que esto no solo se debe
a una educación emocional mutilada, sino también al rechazo
entre pares generado por ser hijo o hija únicamente de
madre…incluso cuando pensamos que entre niños y niñas inunda la
pura amistad.
Madre soltera, madre abnegada, madre estresada
De acuerdo con los datos recabados para 2020 del Inegi, de los
21.2 millones de padres que había en México en ese entonces,
solo 0.5 por ciento de ellos eran padres solteros. Ese mismo
año, de los 35.2 millones de madres registradas en el censo, el
7 por ciento eran madres solteras.
Lo que no menciona el censo es que esas madres pasan por
procesos emocionales complejos que pueden terminar afectando a
sus hijos e hijas. Mi madre, por ejemplo, sufrió el dolor de la
separación y lo tradujo en regaños interminables para mi hermano
y para mí (esto, por supuesto, cuando estaba con nosotros y no
tenía que salir a trabajar).
De esta manera, muchas veces la ausencia paterna se convierte
también en la ausencia de una maternidad plena y tranquila que
evite reproducir violencias en el núcleo familiar.
Afortunadamente en mi caso, estas heridas han ido sanando con
terapia psicológica, pero también con un acercamiento
comprensivo hacia mi madre.
Pese a esto, hay efectos negativos de la ausencia paterna que
todavía persisten en mí. Uno de ellos –en palabras de la Alfepsi–
es la sensación de falta de control sobre lo que pasa en mi
vida.
Aunque es una sensación velada y difícil de identificar, a mis
28 años sigo sintiendo temor de no saber qué estoy haciendo;
sigo percibiendo la necesidad de agarrarme a un muelle que no sé
si existe para no ahogarme cuando me canso de nadar.
Es necesario romper los patrones de la paternidad ausente
De acuerdo con el Inegi, Veracruz, Guerrero, Morelos, Jalisco,
Sinaloa, Sonora y Chihuahua son los estados con más altos
índices de paternidad ausente. En ellos, entre el 34 y 36 por
ciento de los hogares con hijos e hijas están liderados por
madres solteras.
¿A qué se debe esta ausencia de la figura paterna? Esto tampoco
lo sé a ciencia cierta, aunque hay una hipótesis. En general –y
desde la mirada patriarcal que ha permeado la historia– el rol
de padre es consignado únicamente como proveedor económico del
hogar; casi no participa en la educación y cuidado de sus hijos
e hijas, y menos cuando se trata del aspecto emocional. Así que,
con esta falta de vínculos afectivos fuertes, ¿qué más da estar
o no estar?
Este esquema de la paternidad, ligado con los rígidos
estereotipos de masculinidad en México, puede ser uno de los
culpables de tantas infancias incompletas y violentadas. Dichas
infancias corren mayor riesgo de caer en la pobreza y enfrentan
mayores dificultades al integrarse a un campo laboral óptimo en
la vida adulta, según la investigación de la Alfepsi.
Mi hermano y yo salimos de ese esquema, pero no sin dolor de por
medio. Somos adultos medianamente funcionales y más felices que
hace algunos años. Sí, rompimos el molde, aunque son los hombres
de este país quienes deben romper el estereotipo de paternidades
irresponsables.
A todos ellos (a ti, papá): feliz Día del Padre.
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