Miguel comenzó a publicar a
los veinte años y murió a los treinta y uno, en solo una década
su intensa aventura lírica sobresale por su capacidad creadora
del poeta, logrando una obra extensa y hermosa, que ostenta hoy
un lugar privilegiado en la historia de la poesía.
En Orihuela
Nació en 1910 en Orihuela, tercer hijo de un criador de ganado,
asiste a las escuelas del Ave María y al Colegio de Santo
Domingo de los jesuitas a donde concurre gratuitamente a las
aulas de Santo Domingo, donde accede a la lectura de los
clásicos del siglo de oro español. Allí conoce a su gran amigo
José Marín Gutiérrez, su primer mentor literario, quien firmó
sus poemas con el seudónimo de Ramón Sijé. A los 15 años su
padre lo retira del colegio para que contribuya con el sustento
familiar ocupándose del pastoreo de cabras. No es difícil
comprender como sus padres casi analfabetos veían las
inquietudes literarias como fuera de lugar. El joven aprovecha
el tiempo vacío, mientras cuidaba el rebaño, para leer y
escribir sus primeros poemas.
Junto a Ramón Sije, Manuel Molina y los hermanos Carlos y Efrén
Fenoll, en cuya panadería se reunían, tenía lugar la tertulia
del pequeño grupo de aficionados a las letras, discutiendo de
poesía y recitando versos. Allí conoció la obra de los poetas
modernos como Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. De ese
tiempo son sus primeras colaboraciones en periódicos de
Orihuela, Alicante y Murcia.
En diciembre de 1931, Miguel viaja por primera vez a Madrid con
un puñado de poemas, donde se expresa la influencia religiosa de
su formación inicial y con unas recomendaciones que al final de
poco le sirvieron. Aunque un par de revistas literarias, La
Gaceta Literaria y Estampa, publicaron algunas de sus poesías,
después de semanas, tuvo que volverse a Orihuela con una
sensación de amargura por el fracaso, pero que no lo doblega.
Conoce a quien sería su esposa, Josefina Manresa, una joven
modista, hija de un guardia civil, nacida en la provincia de
Jaén, aunque vive en Orihuela.
El Rayo que no cesa
En la primavera de 1934 emprendió un segundo viaje a Madrid,
donde fue creando su círculo de amigos: Rafael Alberti, Luis
Cernuda, Delia del Carril, María Zambrano, Vicente Aleixandre y
Pablo Neruda. Mientras tanto, evolucionó desde una postura
formalista, esteticista y hermética, desarrollada en Perito en
lunas hasta un interés explícito por la vida, el amor y la
muerte. Miguel se formó en un ambiente de catolicismo rector,
tanto por el ambiente general de la sociedad oriolana cuanto por
sus años en el colegio de jesuitas. En la estancia en Madrid, lo
impulsan otros vientos, otros horizontes, otra manera de mirar
el mundo. Escribe, “me libré de los templos, sonreídme/ donde me
consumía con tristeza de lámpara/ encerrado en el poco aire de
los sagrarios”. El amor deja de pertenecer al universo del
pecado para franquear las puertas de la felicidad, del goce
natural, de la naturaleza, volviendo así a su formación infantil
en los campos: “Salté al monte de donde procedo”.
Se vivía un momento excepcional de la producción literaria,
donde los poetas de la generación del 27 crearon sus más
significativas obras. La llamada generación del 27 integrada por
un conjunto de escritores/as y poetas españoles que se dieron a
conocer en el panorama cultural en 1927 con motivo del homenaje
a los 300 años de la muerte de Luis de Góngora. Entre ellos
estaban Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis Cernuda,
León Felipe, Vicente Alexaindre, Jorge Guillen, María Teresa
León y Concha Medez-Cuesta. La proclamación de la II República
en abril de 1931 puso fin al oscurantismo de la España gobernada
por el dictador Miguel Primo de Rivera tras encabezar, el 13 de
septiembre de 1923, un golpe de Estado que contó con el apoyo
del rey Alfonso XIII y la jerarquía eclesiástica.
En la generación del 27, entre aquéllos ya por entonces jóvenes
maestros encuentra Miguel apoyo. En enero del 36 se publicó su
segundo libro El rayo que no cesa en la colección Héroe dirigida
por sus amigos poetas Concha Méndez y Manuel Altolaguirre. Que
presenta al poeta ya dueño de una voz personal.
En la dedicatoria del libro, está el carácter de todo el libro,
la glorificación y la pena por el amor perdido. “A ti sola, en
cumplimiento de una promesa que habrás olvidado como si fuera
tuya”. Dirigida a su musa, la artista Maruja Mallo.
“Umbrío por la pena, casi bruno/porque la pena tizna cuando
estalla/donde yo no me hallo no se halla/hombre más apenado que
ninguno”.
En este libro se publica su famosa Elegía dedicada a su amigo
Ramón Sije, ante su temprana muerte a los 22 años, en diciembre
del 35, el poema es un canto de dolor y de amor fraterno. En
ella hay una visión de la muerte enemiga y un profundo sentido
de la tierra a la que el amigo muerto se une, que le lleva a la
sublimación del reencuentro en la naturaleza. “Volverás a mi
huerto y a mi higuera/ por los altos andamios de las flores/
pajareará tu alma colmenera/de angelicales ceras y labores.
/Volverás al arrullo de las rejas de los enamorados labradores”.
Su biógrafo, José Luis Ferris, nos dice: “el poemario amoroso de
El rayo que no cesa, es un libro hermosísimo y redondo esencial
en la vida y obra de Miguel”.
Vientos de pueblo, poesía de guerra
El 18 de julio de 1936 Miguel Hernández tenía 25 años y se
encontraba en Madrid cuando decide tomar parte activa con las
armas y una poesía combativa que duele y perdura en el tiempo
más que las heridas de las balas. A dos meses de iniciada la
asonada franquista en Marruecos escribe: ”Sentado sobre los
muertos/que se han callado en dos meses/beso zapatos vacíos/y
empuño rabiosamente/la mano del corazón/ el alma que lo
sostiene/Que mi voz suba a los montes/y baje a la tierra y
truene/eso pide mi garganta/desde ahora y desde siempre”.
El 36 fue también un año doloroso para la cultura: asesinan a
Federico García Lorca en Víznar, mueren Valle-Inclán y Miguel de
Unamuno y José María Hinojosa es fusilado en Málaga.
A comienzos del otoño del 36 Miguel se afilia al Partido
Comunista e ingresa voluntario en el ejército de la República,
al Quinto Regimiento de Zapadores le destinan a la 1ª Compañía
del Cuartel General de Caballería. Así, fue pasando por diversos
frentes: Teruel, Andalucía y Extremadura. En febrero del 37 es
destinado al periódico «Frente Sur». En plena guerra pasa
brevemente por Orihuela para casarse, el 9 de marzo de 1937, con
Josefina Manresa. Pasa a ocuparse de las labores de cultura y
propaganda mientras desarrolla una intensa labor literaria.
Publica en numerosos periódicos y revistas, aparecen unas de sus
piezas teatrales. Participa en el II Congreso de Intelectuales
en defensa de la Cultura, en Madrid y en Valencia, donde conoce
al poeta peruano Cesar Vallejo, uno de los mayores innovadores
de la poesía universal del siglo XX, al que lo unen múltiples
coincidencias personales.
En ese tiempo se edita el Romancero de la guerra civil, que
contiene 35 poemas de diferentes autores reconocidos, jóvenes,
milicianos y espontáneos cantores populares. Entre los que se
halla Miguel Hernández, junto a Rafael Alberti, Manuel
Altolaguirre y Vicente Aleixandre. Intensamente unidos por y
contra la guerra, con una fuerza expresiva de hondo calado en la
moral de combatientes y civiles.
En septiembre de 1937 pasa unos días en Rusia, invitado al V
Festival de Teatro Soviético. El 19 de diciembre de 1937 nace su
primer hijo Manuel Ramón.
Ese mismo año se edita su libro Viento del pueblo que subtitula
como Poesía de Guerra “Vientos del pueblo me llevan: Cantando
espero a la muerte, / que hay ruiseñores que cantan/ encima de
los fusiles / y en medio de las batallas”.
Miguel canta en medio de las batallas, un poeta que crea con el
alma mientras suenan los obuses y se rompen las entrañas. Como
confiesa en la dedicatoria del libro a Vicente Aleixandre: “A
nosotros, que hemos nacido poetas entre todos los hombres, nos
ha hecho poetas la vida junto a todos los hombres. (…) Los
poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a
través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia
las cumbres más hermosas”.
La poesía de guerra de Miguel Hernández contiene un carga de
heroísmo y amargura a la vez. Las circunstancias de la guerra
civil lo inducen a una poesía no sólo testimonial, sino
beligerante. Según José Manuel Caballero Bonald, “se trata de
uno de los libros más emocionantes, limpios y fervorosos que ha
producido la poesía española en la primera mitad del siglo XX”.
En su viaje a Jaén, en el órgano Altavoz del frente publica el
poema Andaluces de Jaén, que popularizó el cantautor Paco
Ibáñez. “Andaluces de Jaén/aceituneros altivos/decidme en el
alma: ¿quién, quién levantó los olivos?/No los levantó la
nada/ni el dinero, ni el señor/sino la tierra callada/el trabajo
y el sudor”.
El hombre acecha es el segundo libro de poesía de guerra,
escrito entre 1937 y 1938. Está compuesto por 19 poemas
precedidos por una dedicatoria a Pablo Neruda; está atravesado
por el dolor y el penar que siente el poeta orcelitano, son
poemas de ira y rabia ante la derrota de los republicanos.
Dando un giro respecto a Vientos de pueblo, está escrito en
varios tonos desde lo épico de: “Herido estoy, miradme: necesito
más vidas/La que contengo es poca para el gran cometido/de
sangre que quisiera perder por las heridas/Decid quién no fue
herido/Mi vida es una herida de juventud dichosa/¡Ay de quien no
está herido, de quien jamás se siente/herido por la vida, ni en
la vida reposa/herido alegremente! hasta lo íntimo de Canción
última: Pintada, no vacía/pintada está mi casa/del color de las
grandes/pasiones y desgracias”.
Dijo Juan Ramón Jiménez, con su acritud habitual: “Los poetas no
tenían convencimiento de lo que decían. Eran señoritos,
imitadores de guerrilleros, y paseaban sus rifles y sus pistolas
de juguete por Madrid, vestidos con monos azules muy planchados.
El único poeta, joven entonces, que peleó y escribió en el campo
y en la cárcel fue Miguel Hernández”.
Desde el comienzo de la guerra, en Miguel se expresan el deseo
de libertad para su pueblo y su odio a la violencia y la muerte,
a medida que se acerca el final de la contienda, dos hechos
cercanos en el tiempo lo acongoja y se reflejan en su poesía, la
derrota de los republicanos y la muerte de su hijo.
Cancionero y romancero de ausencias
En enero de 1939 nació su segundo hijo, Manuel Miguel. En la
primavera de 1939, ante la desbandada general del frente
republicano, Hernández cruzó la frontera hacia Portugal, pero
fue devuelto a las autoridades españolas por la policía del
dictador portugués Oliveira de Salazar, apresado y devuelto a
Madrid y en la cárcel de Torrijos hecho prisionero. En la
prisión compuso la mayor parte del Cancionero y romancero de
ausencias, considerado como el punto más alto de su creación
literaria, escrito en trozos de papel higiénico, se publicó en
Buenos Aires, Argentina, después de su muerte. Contiene entre
otros, Hijo de la luz y la sombra, Tristes guerras, Menos tu
vientre, Llegó con tres heridas y Nanas de la cebolla.
En prisión durante el mes de septiembre de 1939, escribe Nana a
mi niño, luego retitulado Nanas de la cebolla, dedicado a su
hijo Manuel Miguel, tras recibir una carta de su esposa, en la
que le decía que no comía más que pan y cebolla. Según la
crítica literaria Concha Zardoya estas «Nanas» es la más trágica
canción de cuna de la poesía española.
“Frontera de los besos/serán mañana/cuando en la
dentadura/sientas un arma/Sientas un fuego/correr dientes
abajo/buscando el centro /Vuela niño en la doble luna del
pecho/Él, triste de cebolla/Tú, satisfecho/No te derrumbes/No
sepas lo que pasa/ni lo que ocurre”.
Miguel modula una voz que construye en el discurso un espacio de
supervivencia frente a las prácticas deshumanizadoras del
sistema carcelario. Sostiene Bagué Quílez que el libro se
despliega a lo largo de los cuatro ejes principales del libro:
la elegía por la muerte del primer hijo, el ciclo amoroso, el
examen de conciencia y la esperanza en el futuro, gracias al
nacimiento del nuevo hijo.
Boca que arrastra mi boca/ boca que me has arrastrado/boca que
vienes de lejos/ a iluminarme de rayos/Alba que das a mis
noches/ un resplandor rojo y blanco/Boca poblada de bocas/pájaro
lleno de pájaros.
En el que fue probablemente su último poema, fechado en mayo de
1941, nos dice: De aquel querer mío/¿qué queda en el aire? /Sólo
un traje frío/donde ardió la sangre.
Luego de un periplo que, como dijo con amargura, lo llevo
“haciendo turismo” por las cárceles de Madrid, Ocaña, Alicante,
hasta que en su indefenso organismo se declaró una tuberculosis
pulmonar aguda que se extendió a ambos pulmones, a las 5.32 de
la mañana del sábado 28 de marzo de 1942 falleció, en la
enfermería de una prisión de Alicante. Tenía 31 años y cumplía
una condena a 30 años de cárcel, tras serle conmutada la pena de
muerte a la que había sido condenado por su participación como
voluntario en las filas republicanas durante la Guerra Civil
Española y conocido como Poeta de la Revolución. Poco antes de
su prematura muerte escribió en los muros de la cárcel de
Alicante: “Adiós, hermanos, camaradas y amigos. Despedidme del
sol y de los trigos”. Se apagaba así la vida de uno de los
mayores poetas en lengua castellana del siglo XX.
Llego con tres heridas, la de la vida, la del amor, la de la
muerte
El franquismo quiso infringir otra herida, la del olvido eterno.
En la primavera de 1939 fueron destruidos los 50.000 ejemplares
recién terminados del Hombre que acecha, solo se salvaron dos
copias que permitieron recién en 1981 la edición completa del
libro. Sus obras fueron prohibidas, y su nombre borrado por
completo en la posguerra. Los poetas de la generación del 36, de
la cual Miguel es considerado el iniciador, integrada entre
otros por Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y
Dionisio Ridruejo y los novelistas Camilo José Cela, Carmen
Laforet, Gonzalo Torrente Ballester, Jorge Campos y Miguel
Delibes, fue llamada por mucho tiempo como la generación
fantasma.
Joan Manuel Serrat fue para muchos jóvenes de nuestro país,
quien dio a conocer a través de su música, algunos de los más
bellos e intensos versos del poeta orcelitano. Paradojalmente el
cantautor catalán reconoció que, como muchos de sus
compatriotas, conoció a Hernández y otros poetas silenciados por
la dictadura española, a través de ediciones publicadas en
Argentina.
El reconocimiento mundial a su obra y la admiración por la ética
y compromiso de su vida, desata el odio de la elite
reaccionaria, incluso en estos días. En febrero de 2020, antes
de que la pandemia confinase al mundo entero, el Ayuntamiento de
Madrid encabezado por la presidenta de la comunidad Isabel Díaz
Ayuso del Partido Popular, decidió resignificar el memorial de
las víctimas de la guerra civil del cementerio de la Almudena.
De esta manera, argumentando que no respetaba la ley de memoria
histórica y de que no era imparcial, se eliminaron los 3.000
nombres de represaliados por el franquismo. Retiraron la placa
que presidia el monumento en la que se leían los versos de
Miguel Hernández:
“Para la libertad/Sangro, lucho, pervivo/Para la libertad/ Mis
ojos y mis manos/Como un árbol carnal/ generoso y cautivo/ Doy a
los cirujanos”.
Actos tan miserables como este no podrán mellar el legado de
quien «Humanamente es un ejemplo de coherencia, integridad y
literariamente es un poeta necesario porque supo ocupar el
espacio que en un momento de la historia casi nadie supo ocupar,
fundió la poesía de compromiso con la poesía de calidad
literaria». Luis Ferris. |