Renaciendo en el mar: pescadores y científicos
recuperan manglares amenazados en Baja California Sur
Publicado por Mongabay
por Astrid Arellano en 26 marzo 2024
Desde hace décadas, los humedales del Parque Nacional Bahía de Loreto,
en Baja California Sur, en el noroeste de México, fueron deteriorados
por la actividad salinera que modificó los patrones de inundación
natural en la zona.
Un proyecto colaborativo entre dos organizaciones y la comunidad de
pescadores Ensenada Blanca trabaja en la restauración ecológica de los
manglares de la Isla del Carmen, ubicada dentro del Parque Nacional, a
través de la rehabilitación de su sistema hidrológico y la construcción
de terrazas de vegetación para sembrar mangle negro (Avicennia germinans).
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El proyecto incluye la capacitación y educación
ambiental de la comunidad sobre la importancia de conservar este
ecosistema para las especies silvestres, para la economía del pueblo y
para enfrentar los efectos del cambio climático.
Los manglares y humedales de la Isla del Carmen, en el municipio de
Loreto, Baja California Sur, fueron impactados por la extracción de sal
durante décadas. Desde principios del siglo XX, esta actividad económica
motivó incluso la fundación de un pueblo en su territorio para albergar
a los trabajadores que diariamente viajaban en embarcaciones de carga.
El auge terminó en la década de los ochenta. De todo ello, sólo quedaron
ruinas: edificios, maquinaria, una iglesia y un muelle. La isla, situada
en el Golfo de California, no volvió a ser la misma. Un fuerte deterioro
ambiental la ha marcado hasta nuestros días.
“Esa actividad sin duda generó deterioro en la isla. En el proceso se
tuvieron que inundar ciertas lagunas y dejar que el sol hiciera su
trabajo al evaporar el agua, para obtener la sal de esa manera”, explica
el biólogo Arturo Peña, director de la oficina regional en Loreto de
Organización Vida Silvestre (OVIS) A.C., que trabaja desde hace casi
tres décadas en la conservación de la zona. Como resultado, se
removieron al menos 200 hectáreas de manglar.
Peña recuerda que, en los años setenta, antes de que fuera decretado el
Parque Nacional Bahía de Loreto —que protege a cinco islas, incluida la
del Carmen—, el furor de la salinera se vivía específicamente en el
sitio conocido como Bahía Salinas, en la parte suroeste de la isla, en
donde precisamente estaban las comunidades de mangle negro (Avicennia
germinans).
“Al terminar la actividad de extracción de sal, se abandonó la isla y la
gente que vivía allí, se regresó al continente para formar la comunidad
de Ensenada Blanca”, narra el especialista. Hoy, son los nietos o hijos
de los que estuvieron trabajando en la extracción de sal los que viven
allí, y son ellos mismos quienes desde el 2021 están restaurando los
ecosistemas de la Isla del Carmen.
“Somos 12 personas de la comunidad, cinco mujeres y siete hombres, y
somos pescadores. Yo soy el encargado de organizar las salidas y al
equipo”, cuenta Alejandro Castro, líder comunitario en Ensenada Blanca.
Un año atrás, el trabajo de esta brigada comenzó con acciones de
limpieza en la línea costera, en colaboración con la Comisión Nacional
de Áreas Naturales Protegidas (Conanp). A través de esta institución fue
que recibieron la invitación de OVIS para trabajar con los manglares.
Canal principal visto desde el faro en Bahía de Loreto. Foto: OVIS
“Nos capacitamos y aprendimos sobre la labor que tienen los manglares.
Ahora sabemos para qué sirven. Los árboles producen oxígeno, son los que
limpian el aire y protegen a muchas especies, pero también a la línea
costera de huracanes”, explica.
En coordinación con OVIS y el Centro de Información y Comunicación
Ambiental de Norte América (Ciceana) A.C., hoy trabajan en la
rehabilitación del sistema hidrológico del humedal, con la limpieza de
los canales naturales que fueron afectados por la salinera. También
trabajan en la construcción de terrazas de vegetación, creadas a partir
del sedimento que se extrae de la limpieza de los canales, para sembrar
semillas de mangles sobre ellas. Hasta la fecha, acumulan 11 000
propágulos de manglar creciendo bajo el sol.
Restaurar en comunidad
Vista desde tierra firme, la Isla del Carmen impresiona por su tamaño.
Sus 27 kilómetros de largo y otros nueve de ancho, albergan una
vegetación desértica en donde abundan diversas especies de matorrales y
plantas halófitas. OVIS describe que las 15 100 hectáreas de su
territorio están conformadas principalmente por grandes sierras de roca
volcánica y aluvión, con lomeríos, mesetas y elevaciones que alcanzan
los 479 metros sobre el nivel del mar.
Los humedales son sistemas de transmisión entre ambientes acuáticos y
terrestres. Foto: Gaspar Bautista / OVIS
De acuerdo con los monitoreos de la organización, la fauna de la isla es
muy diversa, pues se tienen registros de 47 especies de mamíferos, 19 de
reptiles y una de anfibios. Sin embargo, el grupo mejor representado es
el de las aves, con 86 especies. La isla resulta un importante hábitat
para el pelícano café (Pelecanus occidentalis), la tijereta (Fregata
magnificens) y el bobo patas azules (Sula nebouxii). Además es sitio de
anidación de aves marinas residentes como la gaviota de patas amarillas
(Larus livens), el gavilán pescador (Pandion haliaetus) y el ostrero
americano (Haematopus palliatus).
Esto se debe a que la ubicación geográfica de los humedales y manglares
de la región noroeste de México los convierte en sitios de gran
importancia para el desarrollo de aves acuáticas tanto residentes como
migratorias que utilizan la ruta migratoria del Pacífico.
“Los manglares, en donde sea que estén, son importantes. Están asociados
a cuerpos de agua costeros que también son parte del ciclo de vida de
muchas especies de importancia comercial en la pesca, empezando por los
camarones”, describe Peña. Pero además, los manglares de la Isla del
Carmen, que están entre los más norteños de México, son refugio para el
alimento de grandes mamíferos como las ballenas azules y grises.
El sitio de restauración comprende una superficie de 50 hectáreas donde
hay parches de manglar principalmente negro (Avicennia germinans). El
proyecto en Bahía Salinas interviene en las lagunas de inundación que
fueron utilizadas para la extracción de sal y en las que se interrumpió
el flujo normal o cotidiano de las mareas modificando el entorno.
Según describe Peña, “lo que se hizo fue determinar cómo eran los flujos
hídricos naturales que inundaban esas lagunas cuando estaban
completamente abiertas y activas”, es decir, antes de que fueran
intervenidas por la actividad salinera.
Equipo trabajando en el avance del canal principal. Foto: OVIS
Lo primero, era permitir nuevamente el paso del agua de mar a estas
lagunas. El equipo comunitario y de especialistas —con trabajo hecho a
pico y pala— reabrieron y desazolvaron los canales naturales principales
y secundarios para permitir el ingreso del agua. Esta actividad la
acompañaron de un Sistema de Bombeo de Agua por Marea, consistente en la
instalación de un tubo para comunicar el mar con la laguna.
“La salinidad es muy fuerte allí porque esa agua está estancada; esa es
la razón por la cual no han crecido los mangles”, explica Alejandro
Castro, el líder comunitario de Ensenada Blanca. “Por eso, el primer
paso es hacer los canales para controlar la salinidad del mar, que entre
el agua y salga, que no se quede estancada”, precisa.
Vista aérea del canal principal, previo al ingreso de agua de mar. Foto:
OVIS
“Si bien las diferentes especies de manglar aguantan altas salinidades,
en una laguna de inundación para la actividad saliera, estamos hablando
de 80 a 85 partes por millón de concentración de sal, lo cual es crítico
para las especies”, explica el biólogo Peña. “Por eso la idea es
ingresar agua para que disminuya la concentración de la salinidad y
permita el establecimiento de las plántulas de manglar”.
La segunda etapa consiste en hacer las terrazas alrededor de cada canal
y sembrar en ellas las semillas de mangle.
Las terrazas de vegetación se construyen utilizando el lodo o sedimento
que se saca de esa limpieza de canales —agrega Alejandro Castro—,
material con el que forman rectángulos de entre cuatro y cinco metros de
largo, por dos de ancho, con una altura suficiente para que el agua de
mar no las cubra. Entre cada terraza, se deja un metro de separación
para que el agua fluya libremente por los canales.
Actualmente cuentan con 40 terrazas de este tipo y unos dos kilómetros
de canales abiertos para alimentar a las nuevas plantas de Avicennia
germinans, cuyas semillas fueron recolectadas en la temporada anterior
por el equipo comunitario, quien también se ha encargado de dispersarlas
mediante la técnica de voleo, es decir, esparciendo las semillas a mano
y al azar sobre cada isla.
“También tenemos mangle rojo (Rhizophora mangle) —que está en Bahía
Balandra, al otro lado de la isla, donde recolectamos su semilla—, pero
se siembra diferente”, cuenta Castro. “La semilla es como una bala.
Entonces se cortan y se entierran paradas, a una distancia más o menos
prudente, a un metro o metro y medio”, explica.
Hasta ahora, el proyecto ha sido exitoso. De los 18 000 propágulos o
germinaciones de mangle negro y 2000 de mangle rojo recolectados, se
logró la sobrevivencia y crecimiento de 11 000 plántulas totales.
La siembra al voleo consiste en dispersar las semillas lanzándolas.
Foto: Gaspar Bautista / OVIS
Siembra al voleo sobre las terrazas de vegetación en canal principal.
Foto: OVIS
Aunado a estos trabajos, se monitorea la salinidad actual del agua en el
humedal para así obtener información técnica que sea útil para analizar
los cambios en la calidad del agua del sistema. Por ello el equipo de
especialistas realiza salidas de campo mensuales para medir parámetros
fisicoquímicos del agua como salinidad, temperatura y sólidos totales
disueltos, en 11 puntos de muestreo distintos.
Los resultados obtenidos hasta ahora son favorables: de acuerdo con los
estudios de OVIS, en noviembre del 2023, los valores de salinidad habían
disminuido considerablemente. Los siguientes estudios comenzaron en
febrero del 2024 y habrá que esperar para obtener los nuevos resultados.
Educar para conservar
El proyecto de restauración de manglares no estuvo completo sino hasta
que se involucró la comunidad en su conjunto. En Ensenada Blanca,
estudiantes de preparatoria y universidad, pescadores, prestadores de
servicios turísticos y autoridades comunitarias han sido instruidos en
la importancia de la conservación de estos ecosistemas.
Allí fue donde intervino el Centro de Información y Comunicación
Ambiental de Norte América (Ciceana) A.C., organización especializada en
educación ambiental que se alió con OVIS para funcionar como el brazo
social del proyecto y para el que consiguieron el financiamiento de la
Fundación SíMiPlaneta A.C.
“Si la comunidad va a estar viviendo allí por siempre, ¿por qué no
trabajar y fomentar en ella la cultura de conservación? Esto va más allá
de decir que no se debe tirar basura o eliminar el manglar sino, más
bien, reflexionar en por qué está así, deteriorado. Que la comunidad
entienda su contexto y lo mucho que se ha perdido”, explica Arisbeth
Rosales, bióloga especialista en conservación biológica y desarrollo
comunitario, directora operativa de Ciceana.
Así se han promovido varios talleres y conversaciones comunitarias —en
donde no sólo se comparten productos audiovisuales y didácticos, sino
que se promueve el diálogo y la reflexión— que han impactado a muchas
más personas sobre la importancia de la conservación del manglar y la
salud de los océanos.
Taller de Ciceana con pescadores y prestadores de servicios turísticos.
Foto: Ciceana
“La difusión de este mensaje va más allá de las personas a las cuales en
primera instancia tú les platicaste o reflexionaste con ellos. Por
ejemplo, en los alumnos de nivel profesional que serán futuros
profesores, al terminar su formación y empiecen a trabajar con alumnos,
serán replicadores del mensaje de hacer mejor las cosas para el
bienestar de nuestro entorno y nuestro ecosistema”, agrega la bióloga.
Lo mismo ocurre con los prestadores de servicios turísticos que ahora
transmiten la información a los visitantes o los mismos pescadores
artesanales que, aún cuando sus prácticas de pesca no son tan invasivas,
buscan mejorarlas.
Pero el trabajo más conmovedor —dice la bióloga— es con las infancias.
Había muchos niños que no sabían la historia de su propia comunidad.
Ahora saben que existió una salinera, que la actividad causó la erosión
de la isla y la pérdida de los manglares.
“Ahora se sienten orgullosos de su comunidad, pero también son
conscientes de que no todo el mundo habita un paisaje como en el que
ellos viven y que está a punto de desaparecer si no hacemos nada”,
agrega Rosales.
Lo que viene para este 2024 es involucrar a las escuelas para ser parte
de un programa de voluntariado. “Que vayan a sembrar los manglares o a
ayudar en las actividades. O sea, que suden dentro del proyecto para que
su sensibilización sea un poco más viva. Que sepan que cuesta trabajo
restaurar y que por eso vale más conservarlo”, sostiene la bióloga.
En el futuro que Alejandro Castro imagina para la Isla del Carmen, el
paisaje se vislumbra de color verde, con manglares grandes en donde las
especies puedan habitar y reproducirse sin amenazas. Para lograrlo
definitivamente, hay que sembrar la semilla de la sensibilidad y la
responsabilidad en las nuevas generaciones.
“Incluso nosotros vamos a dar pláticas a las escuelas, para que los más
jóvenes traigan eso en su mente, cosa que nosotros nunca tuvimos de
niños. Antes se trataba de sacarle y sacarle al mar. No es nada más ir y
llenar nuestra lancha con productos para tener dinero. Ahora tiene que
ser diferente”, dice el pescador. “Uno de los sueños que siempre he
tenido es devolverle algo al mar. Yo ya tengo 30 años en él, porque
desde los 11 años me metí a pescar. Quiero inculcarle a la juventud que
se puedan hacer cosas buenas, que se puede regresar al mar un poquito de
todo lo que nos ha regalado”.
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Artículo publicado por Astridarellano
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